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TIEMPO DESPLAZADO

JAVIER AYARZA

Trabajo de campo. Prospección 

La idea es mostrar la documentación obtenida durante este trabajo de campo en el que he ido registrando diferentes pictogramas, pinturas, símbolos, esculturas o signos, que señalan la actividad de los grupos humanos en esta zona, en relación a los yacimientos de Atapuerca y las localidades de Ibéas de Juarros y Atapuerca. Es un trabajo de tipología puramente arqueológica que toma como referente elementos propios de finales del s. XX e inicios del XXI. 

J.A.

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Javier Ayarza. La inexistencia visible.

 

Quedamos para desayunar en uno de los bares del pueblo de Atapuerca. Así cambio un poco de escenario. La conversación empieza fuerte: “Yo… tengo un problema…: soy arqueólogo” es lo primero que me dice. Me aclara que se refiere al punto de vista que nace de su formación y que le lleva a mirar con ojos críticos algunos supuestos disciplinares. Como la idea de que sea arte lo que suele entenderse como el origen del mismo. El carácter instrumental de los pictogramas, por ejemplo, está lejos de tener una dimensión simbólica. A continuación apunto en el cuaderno una frase que luego no acierto a descifrar: “era necesario llevar una historia a la otra”. Ante la duda, imagino que Javier quiere reunir esas dos historias, la de los pictogramas y la del arte, la del arqueólogo y la del artista, en un mismo proyecto. Tensar la una con la otra, pensar el pasado con el presente mediante un re-enmarcado de la imagen. Como ocurre con todas las disciplinas, ser arqueólogo formatea su modo de acercarse a la realidad, le obliga a organizar su trabajo según ciertos métodos. En su caso, le exige prospectar, trabajar sobre el territorio, documentar, sistematizar, hacer taxonomías, proponer una forma de re-construir. No es extraño, por tanto, que su herramienta sea la fotografía, un medio que fija las huellas mediante la huella.

 

La conversación se enreda con preguntas que le hago sobre los cambios en las teorías que sustentan las nuevas interpretaciones en arqueología, el estado de la misma en la región y en la universidad, el peso específico de Atapuerca. Me acerco al tema como la arqueóloga que un día quise ser. Trato de recordar los nombres que entonces estudiábamos y también le pregunto –nos preguntamos– sobre cómo sería el primer artista, el primero que logró convencer a los demás para que colectivamente le liberaran de su tiempo de trabajo productivo, como la Josefina la cantora del cuento de Kafka (según la interpretación de Lazzarato). También cómo sería ese proceso de aprendizaje colectivo que llevó a elaborar juntos un conjunto de imágenes y a crear una comunidad de sentido simbólico. Un poco después saltamos al tema de la identidad y la pertenencia y me recomienda una lectura reciente La identidad cultural no existe de François Jullien.

 

Seguimos hablando de filósofos franceses. Me cuenta que tiene siempre en la cabeza “Las quince tesis sobre el arte contemporáneo” de Alain Badiou, en especial las que se refieren a un posible arte anti-imperialista. De ahí su interés, me dice, por las elipsis y el fuera de campo, su esfuerzo por señalar donde no mira la gente. Aunque no lo dice, asumo que el trabajo de desvelamiento de su entorno, local, rural, sintoniza con la misma intención de reflejar, a la vez, la ruina y la resistencia. Hablamos brevemente sobre el proyecto La cabra se echa al monte y del juego de palabras que su nombre insinúa. Nuestra charla se expande hasta que llegamos al Carex, donde nos paramos a mirar con calma sus recién estrenadas taxonomías. O.F.L.

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